Le gustaba la tenue luz de aquel cuarto, que filtrada por una gruesa cortina, iluminaba levemente la habitación dibujando el perfil hermoso de su hombre.
Cuánta furia y cuánto deseo albergaban este pecho que ahora recorría con las yemas de los dedos. Cuánta fuerza en estas piernas y estos brazos que la sostenían en vilo, que la estrujaban, que la dominaban con esa fuerza galante y salvaje a la vez pensó, mientras aprisionaba sus bíceps. Cuánta magia y cuanto placer le deparaban este precioso pedazo de carne ahora inerte entre sus dedos. Hacía mucho tiempo que no contaba los orgasmos, sentía un sube y baja interminable que sólo era interrumpido por instantes, para secarse.
Tembló recordando algunas imágenes reflejadas en el espejo, se acostó junto a su miembro aspirando intensamente el olor de la batalla y dejó que los recuerdos fluyan inundándola totalmente.
No sentía que tocaba el cielo con las manos, flotaba en una nube, elevándose a partir de su centro extasiado y satisfecho, la paz que irradiaba invadía todos sus sentidos y cada centímetro de su piel.
Era una experiencia que trascendía lo místico, eran almas y eran cuerpos, eran uno, eran cristos que fornicaban y gozaban como ningún dios podría hacerlo.
Cuando estaba a punto de quedarse dormida, tocaron la puerta de la habitación. Ya habían pasado 3 horas. Tenían que salir rápido, otra pareja esperaba.
José Miguel Victoria, arquitecto y diseñador, Diciembre 2005.
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