Wednesday, December 28, 2005

Tocar El Cielo

Le gustaba la tenue luz de aquel cuarto, que filtrada por una gruesa cortina, iluminaba levemente la habitación dibujando el perfil hermoso de su hombre.

Cuánta furia y cuánto deseo albergaban este pecho que ahora recorría con las yemas de los dedos. Cuánta fuerza en estas piernas y estos brazos que la sostenían en vilo, que la estrujaban, que la dominaban con esa fuerza galante y salvaje a la vez pensó, mientras aprisionaba sus bíceps. Cuánta magia y cuanto placer le deparaban este precioso pedazo de carne ahora inerte entre sus dedos. Hacía mucho tiempo que no contaba los orgasmos, sentía un sube y baja interminable que sólo era interrumpido por instantes, para secarse.
Tembló recordando algunas imágenes reflejadas en el espejo, se acostó junto a su miembro aspirando intensamente el olor de la batalla y dejó que los recuerdos fluyan inundándola totalmente.
No sentía que tocaba el cielo con las manos, flotaba en una nube, elevándose a partir de su centro extasiado y satisfecho, la paz que irradiaba invadía todos sus sentidos y cada centímetro de su piel.
Era una experiencia que trascendía lo místico, eran almas y eran cuerpos, eran uno, eran cristos que fornicaban y gozaban como ningún dios podría hacerlo.
Cuando estaba a punto de quedarse dormida, tocaron la puerta de la habitación. Ya habían pasado 3 horas. Tenían que salir rápido, otra pareja esperaba.

José Miguel Victoria, arquitecto y diseñador, Diciembre 2005.

El Loco Achiote

De hecho has visto al Loco Achiote. Es el que para en Barranco, el flaco grandote, viejo, que tiene el pelo medio claro, enruladito. Ahora lo ves feo, pero no siempre fue así. Yo también pensaba que era un pastrulo cualquiera, un vicioso. La primera vez que lo ví, yo tenía diecisiete años. Era Sábado, de noche, había un montón de gente en el boulevard y allí, escondido entre las plantas que disimulaban la entrada del bar “El Más Allá”, lo vi, bañado en sangre, en posición semifetal, gimiendo. Yo, en mi maravillosa inocencia quise ayudarlo, pero cuando me acerqué sentí un olor horrible y lo ví haciendo algo raro: el puta se estaba fumando una tola con una mano, y con la otra se jalaba la tripa. Yo ya estaba demasiado cerca cuando me di cuenta. El Loco me siente, abre los ojos desorbitados y trata de incorporarse con su mano inseminada y su tola. Se me vino encima el Loco ensangrentado. Yo no atiné ni a gritar, pero salí corriendo, claro.

Al poco tiempo me lo crucé en la calle , caminando por Pedro de Osma, que es tan bonita, con su camino de árboles y sus casas grandes y chiquitas, de colores combinados a la turca. Venía yo andando como siempre entretenidísima con el aire y de pronto estaba allí, esta vez sin sangre y, de hecho, más lúcido. Un profundo sentido humanitario me impidió cruzar la calle al olímpico estilo salto triple: estaba asqueada y asustada, pero no humillaría a un hermano. Así que levanté la cara, sonreí por dentro, y continué mi marcha. Me metió un sopapo tan escandaloso que me tropecé, me caí al suelo, aullaron los perros y pararon varios carros. El Loco Achiote me miró recontra asado y me gritó firme y potente: “¡Carajo!”, como para que me quedara bien claro. Lo dijo con tanta dignidad y tan molesto que yo casi le digo no, disculpe usted, siga usted nomás, que yo sigo aquí sentada en el piso mirando estrellitas, qué ocurrencia, gracias, buenas tardes. Es verdad, cuando te pegan fuerte, ves estrellitas. Sentí vergüenza de ser la elegida para el sopapo, de estar todo despeinada y de que hubieran parado los carros. Al pobre loco ni se me ocurrió seguirlo y mas bien me provocó, ya que estaba cerca, tomarme un pisco en el Juanito. Ahí le conté a la gente, que trabaja allí hace mil años, que el Loco Achiote me había pegado un sopapo. Estaban todos indignados, y por las cosas que comentaron se me ocurrió que, probablemente, lo conocían desde antes, porque como sabes, en el barrio se sabe siempre todo. Les pregunté y me contaron la increíble historia del Loco Achiote.

Antes que nada, el Loco no fue siempre loco. Bueno, un poco debe haber sido: era estudiante de ingeniería en la UNI. Tú sabes que a la Universidad Nacional de Ingeniería no entra cualquier cojudo y era un buen alumno, además. Tranquilazo, de su casa, no salía mucho, ni chupaba ni tampoco se le conocía mujer. Así que de todas maneras , tan común no era. Le dicen Achiote por la planta, que tiene un fruto medio dorado, y si te fijas bien, el es así, medio blancón. El pre – Loco Achiote vivía sereno en el Barranco hasta que llegó a su vida el amor. Verónica, una flaca de su barrio, se enamoró locamente de él. Ella no era bonita, pero tenía un montón de plata. Y lo perseguía, le hacía presentes, lo invitaba a almorzar, pero él, nada. No quería saber nada con ella. Ella hacía lo imposible porque la notara, pero no tenían efecto ni los regalos, ni las minifaldas, ni toda la selección de mirada seductoras que ensayaba durante horas en tardes de fantasía. Hasta que un maldito día el Loco se enamoró. Pero de otra, una chica de su universidad. Una chica que ni sabía que él existía, pero que un día lo notó: era el chico raro y guapo que se regresaba con ella a casa los miércoles. Ese día coincidían en el horario de salida, y ambos viajaban a Barranco. Él se bajaba a diez cuadras antes de su casa, en el paradero de ella, y la seguía, haciendo como que vivía sólo un poco más allá. Poco a poco consiguió hablarle. Nunca se hubiera atrevido si el destino no se la hubiera puesto un día fácil: ese día ella cargaba demasiados bultos y le venía bien un poco de ayuda. Tomó muchas veces aire y antes de bajar del bus le propuso, entre murmullos y gorgoteos, ayudarla. Le costaba hablar con las chicas en general. Con las chicas guapas todavía más. En verdad no podía sostener una conversación coherente ni con sus primas por la emoción. Pero ese día le ligó.

La acompañó a casa y ella conversó. El la escuchó muy contento y hasta la que pudo ser un día su suegra le invitó un té al gentil compañero de la universidad de su hija. El Loquito se despidió de ella después de un par de horas de conversa y se fue a casa feliz, con el alma bailándole bajo las estrellas. Esperaba los miércoles con desesperación. A ella le gustaba tanto su compañía que quedaban de miércoles a miércoles para ir al cine, a tomar un helado, o simplemente a caminar y charlar, por ejemplo, acerca de la importancia de los valores primarios en el material de construcción.
Verónica ya lo había visto. En verdad lo venía rastreando hacía semanas, cuando lo encontró por casualidad saliendo con ella de un cine en Miraflores. Se volvió loca de celos. Qué tiene ella que no tenga yo. En esa época le hizo regalos extraños que él rechazó: un mechón largo de pelo, un sostén, un calzón. Él le empezó a agarrar miedo, sin saber bien por qué. Cambiaba de ruta al llegar a casa y hacía lo imposible por no cruzarse con ella. Verónica lo esperó con paciencia todas las tardes, hasta que una noche, harta de su rechazo, trazó un plan horrible.

Esa tarde esperó horas en la esquina de la casa del Loco hasta que saliera. El Loco salió distraído y lo interceptó:
- Tengo que hablar contigo – le dijo.
- No puedo ahora, lo siento, estoy apurado y ...
- ¡Es muy importante!
El Loco se preguntó qué de importante podría conversar con esa mujer alocada que cada vez que lo veía se comportaba como una chiquilla, pero no pudo evitarla, lloraba. Por piedad le pidió que le hable, pero que por favor fuera breve.
- Sí, si, está bien – dijo ella – sólo acompáñame a algún lugar tranquilo, donde podamos hablar sin que nos estén molestando.
Él aceptó, pensando que no podría evitarla toda la vida, y ella lo llevó a un pampón cerca de su casa. A él no le gustó nada el lugar. Era un descampado sucio, hacía frío y había un par de borrachos pululando.
- ¿Para qué me has traído aquí?
- ¿No sabes?
- No.
- ¿De verdad no sabes?
Se acerca. Él sabe perfectamente.
- ¿Qué pasa?
- Tú sabes.
- No, no sé. ¿Puedo ayudarte?
Verónica se lanza a su cuello y lo empieza a besar. A lo lejos, los perros aúllan.
- ¡Te amo! ¿Por qué eres tan frío conmigo?¿Cuánto tiempo más crees que voy a soportar?
- Por favor, suéltame.
- ¡No! Yo te amo, con mi vida, con mi cuerpo. ¿Por qué te alejas de mi?
El Loco la toma de las muñecas, sereno pero firme.
- Escucha : yo casi no te conozco. Eres ... muy dulce, pero yo soy bastante mayor que tú, y además soy aburrido, no me gustan las fiestas, y veo que a ti...
- Sólo eres seis años mayor que yo. Es perfecto...
La loca le salta al cuello nuevamente. A lo lejos, los borrachos empezaron a señalarlos con sus dedos mugrientos y a reírse de ellos.
- No, no ... ¡espera! – le dice el Loco – tú eres ... joven, yo entiendo tu ilusión, pero...
- ¿Cuál ilusión?, ¡me estoy muriendo de amor por tí!, ¿no entiendes?, ¡te amo!, ¡te amo!, no seas así...
El Loco pensaba que estaba loca, la chica le daba pena, pero el absurdo lo ponía nervioso.
- Mira ... no sé ni tu nombre ... yo tengo novia, no puedo ...
Verónica se detuvo, retrocedió dos pasos y lo miró directo a los ojos. No era del todo fea, era sólo cierta arritmia estética que disonaba en su rostro, en sus gestos. Lo miró largamente, seria, llena de lágrimas. El Loco no sabía que hacer y solo atinó a decir:
- Eres una chica linda, yo soy un feo... seguro que hay un montón de chicos que ... ¡no! ¿qué haces?...
Verónica se sacaba la blusa con violencia. El Loco trató de contenerla.
- Te amo, te amo, te amo, ¡entiende! ...
- ¿Qué haces?, ¡estas loca!
La chica se alejó de nuevo. Lo miró. Había empezado a anochecer. “Cobarde de mierda”, le dijo y lo empezó a escupir y a golpear. El Loco trató de irse de ahí, sin defenderse. Ella alcanzó su cara y le firmó con las uñas, su rabia.

- ¡Loca! – gritó él, y se alejó, cuidándose las espaldas.

Ella se quedó un rato sentada. Él se fue, guiado por un impulso ciego a casa de su novia. Tocó la puerta y antes de que ella preguntará nada, él la abrazó y la besó por primera vez como un hombre. “Necesitaba hacerlo”, le dijo y luego se fue, todavía asombrado, a dormir a su casa. Pero por la noche llegó a su casa la policía con una orden de captura, y a pesar de los gritos de la familia, se llevaron al Loco sin más ni más, prácticamente sin explicar nada. Verónica lo acusó de violación, lo encontraron culpable y se quedó cinco años en Lurigancho. ¿Tú sabes que le pasa en cana a los violadores?, pregunta...

Cuentan que esa tarde, ella espero sentada en la pampa a que oscureciera, luego se acercó a los borrachos que estaban ahí, con sus diecinueve años y su billetera. Le puso unos billetes en la mano al que le pareció más hijo de puta, y le pidió que le diera un par de golpes y que se la tirara. Al otro le dio otro poco de plata para que ambos dijeran que el flaco gringo, el que estuvo con ella en la tarde, la había abusado. El borracho número uno no lo podía creer. Era tan bueno que sospechó y casi rechaza la propuesta si no fuera por que Verónica se levantó la falda, se bajo suavemente el calzón y se volteó mostrándole su sexo joven, rogándole que se apurara. Y el otro, ni huevón. La lamió y luego la encajó sin piedad, disfrutando, adormecido por el alcohol, como se desgarraba la delicada telita de la inocencia. Cuando terminó se tiró al piso exhausto, ella se subió el calzón y le dijo “Ahora pégame”, y él no quiso... tal vez le dio pereza. Pero el otro, que ya no estaba tan borracho después de ver tremenda escena, le dijo “Yo te ayudo”, y le dio varios golpes más de los que ella esperaba.

Y así, sangrando, se fue a pie a la comisaría, que estaba ahí nomás, cerca, subió las escaleras y dijo:

- Me han violado. Fue el chico rubio que vive en la Calle San Martín, 240.
Y se desmayó, la pendeja.

Por eso, es que el Loco es misógino y pastrulo. La pasta la conoció en la cárcel , durante los cinco años que lo violó todo su pabellón. Él era un buen chico. Raro, pero buen estudiante. Pudo ser padre de familia, un profesional. Lo único que pudo decir su compañera al día siguiente, fue que el Loco llegó al anochecer, arañado y mucho más apasionado que de costumbre y que así como vino, se fue. También dicen que la familia de Verónica se compró al juez.

El loco Achiote era un chico bueno, estudioso.
Kareen Spano, actriz y dramaturga, Agosto 2005.